martes, 13 de noviembre de 2007

EXTRACTO 2

...médicos especializados en el tratamiento de enfermedades latentes en el polvo negro de ciudades en ruinas...

Burroughs, Op. Cit., pag.114.

EXTRACTO: Leif el Malasuerte

Leif el Malasuerte era un noruego alto y delgado con un parche sobre el ojo, la cara congelada en una permanente mueca obsequiosa. Tras él quedaba una saga épica de empresas fallidas. Había fracasado criando ranas, chichillas, luchadores de Siam, raminas y perlas cultivadas. Había intentado, varias veces y sin ningún éxito, montar un Cementerio de Pichoncitos Los Dos En El Mismo Ataúd, monopolizar el mercado de condones durante la crisis de la goma, dirigir un prostíbulo por correspondencia, vender penicilina como producto patentado por él. Había utilizado sistemas de apuestas desastrosos en los casinos europeos y en los hipódromos norteamericanos. Sus reveses en los negocios se equiparaban con las increíbles desdichas de su vida personal. Un grupo de bestiales pandilleros le había arrancado a patadas los dientes en una esquina de brooklyn. Unos cuervos le habían sacado un ojo cuando, luego de beberse casi un litro de panegórico, quedó sin sentido en un parque de Panamá capital. Estuvo cinco días atrapado en un ascensor entre dos pisos mientras padecía una crisis de carencia de heroína, y sufrió un ataque de delirium tremens durante una travesía clandestina escondido en la carga. Después, también estaba la vez que tuvo oclusión intestinal, perforación de estómago y peritonitis, todo al mismo tiempo, en El Cairo, y como el hospital estaba tan lleno, lo ingresaron en una letrina, y el cirujano griego le metió un mono vivo dentro por error y luego le cosió, y fué violado por varios auxiliares, y uno de los empleados le robó la penicilina sustituyéndola por detergente; y la vez que cogió unas purgaciones culeras y un médico inglés muy puritano le curó con un enema de ácido sulfúrico caliente, y también estaba el profesional de la Medicina Tecnológica, un alemán que le quitó el apéndice con un abrelatas oxidado y unos trozos de hojalata (consideraba la teoría de la asepsia "una estupidez").

Burroughs, El almuerzo desnudo, 1959. Trad. al esp. de Martín Léndez, Anagrama, 1989. Pag 180.